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domingo, 21 de noviembre de 2010

Tensiones en las relaciones de trabajo.

Cada vez que pienso en estos temas me rio en el fondo porque sé que son temas muy generales ya que el espacio de trabajo es una extensión de nuestra propia personalidad. Es decir, lo que somos, lo seremos cuando tengamos oportunidad de serlo ya que camuflamos muy bien nuestras tendencias. De este modo, conocemos no a las personas con las que nos relacionamos en el trabajo sino, en buena medida, lo que ellas han sido capaz de mostrar por sí mismas.
Si nos preguntamos por qué existen tensiones entre los compañeros de ambos sexos tendríamos que ir a lo social, lo cultural. En lo personal creo que la mejor manera de llegar a todas las personas es no ignorar qué sucede a nuestro alrededor. El mundo de hoy, creo que desde siempre, ha validado la cuestión del hombre como ser de iniciativas en lo referente a la mujer y a esto se le suma el hecho de que es valorado y cuestionado por la presencia o ausencia de dicha iniciativa (palabras, gestos, acciones, favores, etc.) Por otra parte a la mujer le ha tocado los roles de presencia, contemplación, sutileza, cosa que se desmistifica en el trabajo enormemente cuando nos relacionamos. Esto se debe a que las expectativas que tenemos los unos de los otros son una de las causas de que las tensiones aparezcan, y estas nacen de nuestras propias ideas y la interpretación que hacemos del medio que nos rodea.
El espacio laboral es sobre todo un espacio social, de interacción, máxime cuando pasamos la mayoría del tiempo allí. Si hiciéramos cuentas veríamos que no tenemos casi tiempo de descubrir y conocer fuera de lo que hacemos, sino con quienes convivimos. De esta manera, cuando uno convive mucho tiempo surge, lo que se denominan “fricciones necesarias”. Digo necesarias para el otro o nosotros mismos porque no sabemos cuando una persona alza la voz, se enoja, critica o hace algo que nos incomoda porque así lo pretendió o porque se está desahogando. La vida es más compleja de lo que creemos y una misma idea de fracaso que leemos en una revista barata les puede estar sucediendo a algunos con los que trabajamos.
Tanto el hombre como la mujer interpretamos las relaciones y la comunicación que existen de varias maneras. Para la mujer que un hombre alague, sonría mucho puede tener una traducción y para el hombre otra a pesar de que en lo individual varíe bastante. A groso modo cada cual sabe conducirse mucho mejor entre personal del mismo sexo, y esto se debe al papel que desempeña la cultura en cada comportamiento que hacemos en grupos. Lo único que salvan las tensiones generales en los grupos de trabajo son las amistades, o los tipos particulares de conocernos que tengamos. Conocer el por qué de las cosas hace que no se reproduzcan conductas que denigramos.
A veces vale la pena ser pacientes, esperar y no reaccionar, eso es de sabios; dice un proverbio “…aún el necio cuando calla es contado por sabio”. En una ocasión estaba en una oficina y vi un antes y un después de una gran discusión entre dos compañeros. Él era un tipo muy extrovertido, divertido y locuaz con todos, no había elemento que se le fuera que no lo sacara a la luz como una celebración a lo cómico. Ella había tenido un mal día porque se había accidentado su esposo en una moto; y su jefe, el divertido del que hablamos, le había dado mucho trabajo hasta tarde. Ella le exigió que se le había dado mucho trabajo y tenía que irse por una urgencia en casa pero él siendo fiel a su personalidad le dijo que su esposa se sentiría envidiosa si viera una mujer tan linda rabiando así. Ella no pudiendo más, lo ofendió con todas las letras (#@#$%%^&) y se marchó dejándolo todo al instante. Al otro día apenada pidió disculpas…inultilmente.
¿Qué faltó aquí? Faltó esperar, conocer, hablar, desahogarse, tomar el segundo aire importante para entender que en una situación existen elementos mucho más allá de nosotros mismos y a veces, solo tenemos que abrir los ojos y entender que las relaciones son navegar en el mar que no tiene nuestro nombre…

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